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Foto del escritorLuis de Miguel Ortega

Contra la mentira. San Agustín de Hipona.


Nos ponemos "capillitas" y vamos a hablar de lo que poco se habla, pues de lo que poco se habla, más se aprovecha.


Así, las redes sociales son un avispero de afirmaciones y de opiniones. Y está bien opinar, con la cortesía adecuada, pero no cuando de dicha opinión se pretende extraer un dogma o una imposición.


Si cada uno hablase de su opinión como lo que es, en lugar de transmitir "convencimientos" o verdades, la vida sería más justa, por lo que la honestidad aporta a la justicia.


Hemos hecho el experimento de obtener respuestas a un koan:

¿Cuándo un veneno caduca, es más o menos venenoso?

Hay respuestas para todos los gustos, pero todo se queda en opiniones respetables. La mayoría de las preguntas en nuestra vida, carecen de una respuesta cierta, pero ahí estamos discutiendo por tener razón.


Os pongo un fragmento del libro "contra la mentira" de San Agustín de Hipona, en la esperanza de que os atraiga y os seduzca la idea de que la mentira no tiene utilidad ni puede llegar a ser buena.


Ya en tiempo de los primeros cristianos existía la tendencia de mentir para convencer (¡qué ocurrencia!). Pero no. Ese no es el camino.


Siempre se ha dicho que hay tres formas de mentira: (1) la mentira descarada y maliciosa, (2) las medias verdades y (3) las estadísticas. Pero hay una cuestión aun más importante que es la mentira por (a) acción (con la consciencia de no estar diciendo la verdad) y (b) por omisión (transmitiendo como verdad lo que no sabemos ni comprobamos que sea cierto).


A veces pasamos de ser (i) los ingenuos "portadores voluntarios de malas noticias", para que nos escuchen y no sentir soledad, a ser (ii) malvados para causar mal, o (iii) profundamente estúpidos contando mentiras que perjudican a los demás y a nosotros mismos.


Así pues, os animo a que reflexionemos junto con San Agustín sobre la mentira.





Traductor: Ramiro Flórez

Revisión: Domingo Natal, OSA


CAPÍTULO I

Presentación del tema


1. Muchas cosas me enviaste para leer, Consencio, hermano carísimo, demasiadas cosas. Mientras me preparaba para contestarlas, distraído como ando con otra mil ocupaciones, se me ha pasado el año. Ahora me veo en el aprieto de contestarlas como sea, y así, dado que ha llegado el tiempo propicio para navegar, no detengo por más tiempo al portador de ésta que quiere hacerse a la vela.


Así pues, leí inmediatamente todo lo que me enviaste por el buen siervo de Dios, Leonas, y, después, lo he vuelto a repensar y, ahora, al dictar la respuesta lo he ido meditando aún más cuidadosamente. Estoy encantado con tu elocuencia, con tu gran conocimiento de las santas Escrituras, y tu agudeza de ingenio, el dolor con que censuras a los católicos negligentes y el celo con que te irritas contra los herejes ocultos.


Pero lo que no me convence es que hayamos de sacarlos de sus escondrijos por medio de nuestras mentiras.

¿Para qué hemos de poner tanto esfuerzo en descubrirlos y buscarlos si no es para que, una vez puestos al descubierto, podamos también enseñarles la verdad, o al menos convencerlos de su error y, así, impidamos que puedan dañar a otros?

Esta es, precisamente, nuestra empresa: que su mentira sea destruida, o que nadie caiga en ella, y triunfe la verdad divina.


Ahora bien, ¿cómo podré corregir adecuadamente la mentira con mentiras?

¿O acaso podemos perseguir los robos con otros robos, los sacrilegios con otros sacrilegios o los adulterios con nuevos adulterios?

¿O es que también nosotros vamos a decir: Si la verdad de Dios gana terreno con mi

mentira, hagamos el mal para que resulte el bien?


Ya sabes cómo detesta esas palabras el Apóstol.

Pero ¿en qué se diferencia: "Mintamos para atraer a nuestra verdad a los herejes mentirosos", y: Hagamos el mal para que resulte el bien?

¿Acaso la mentira puede ser alguna vez buena, o, en alguna ocasión, no es mala?


Entonces, ¿por qué se escribió: aborreciste, Señor, a todos los que obran la iniquidad y destruirás a todos los que dicen mentira?

Aquí no se exceptúa a nadie ni se dice con ambigüedad: "Destruirás a los que hablen mentira" (Salmos 5:6-10), de manera que se pudiere entender de algunos, no de todos, sino que profirió una sentencia universal, al afirmar: destruirás a todos los que dicen mentira.


Pero, porque no se ha dicho: destruirás a todos los que dicen toda clase o cualquier clase de mentira,

¿vamos a pensar que se ha dejado la puerta abierta a alguna otra especie de mentira que Dios no castigará?

En ese caso, Dios castigaría solo a los que dicen mentiras injustas, no cualquier clase de mentira, pues habría mentiras justas que no solo no merecerían censura, sino que serían, incluso, dignas de alabanza.



CAPÍTULO II

El error priscilianista deshonra a los mártires


2. ¿Acaso no ves cuánto favorece esta controversia a esos mismos que pretendemos capturar, como a una gran presa, por medio de nuestras mentiras?

Esta es, justamente, la táctica de los priscilianistas, como tú mismo has mostrado. Y, para justificarla, citan testimonios de las Escrituras, exhortando a los suyos a mentir según el ejemplo de los patriarcas, los profetas, los apóstoles y los ángeles.

¡Y hasta osan añadir que también el mismo Cristo, el Señor, obró así!


Y no encuentran otra manera de mostrar la veracidad de su mentira que diciendo que la Verdad ha sido mentirosa.

Pero estas cosas hay que combatirlas, no imitarlas.

No vayamos a comulgar con los priscilianistas, precisamente, en aquello en que se muestran los peores herejes.

Pues únicamente ellos, o al menos principalmente ellos, se han atrevido a hacer de la mentira un dogma para ocultar lo que ellos creen que es su verdad.

Y aun estiman que esta gran maldad es cosa justa, porque no es pecado alguno decir, de boca, a los extraños lo que es falso, siempre que se guarde en el corazón la verdad, pues así está escrito: El que dice la verdad en su corazón.


Como si esto bastase para cumplir el mandato divino aunque diga cada uno en su boca la mentira cuando lo oye un extraño y no el prójimo.

Por eso, opinan que ese era también el sentir del apóstol Pablo cuando dijo:

despojándoos de la mentira, hablad la verdad, pues enseguida añadió: cada uno con su prójimo, porque somos miembros unos de otros.


Como si con aquellos que no son nuestros próximos en la comunidad de la verdad, y como si dijéramos, miembros nuestros, fuera lícita y conveniente la mentira.


3. Esta doctrina deshonra a los santos mártires e incluso despoja de todo valor el martirio. Pues, para ellos, los mártires habrían obrado con más cordura y rectitud, negándose a confesarse cristianos ante sus perseguidores, puesto que con su confesión no los habrían hecho homicidas.

Porque mintiendo y negando lo que eran, habrían conservado la vida corporal y la fe en el corazón, a la vez que habrían impedido, a aquéllos, cumplir el crimen que ya tenían decidido.


Pues no se trataba de hermanos en la fe cristiana, de modo que debieran hablar, con ellos, la verdad en su boca que tenían en su corazón, sino que, incluso, se trataba de enemigos de la verdad misma.


Si, pues, Jehú, al que ellos evocan maliciosamente como ejemplo clásico de mentir con prudencia, mintió fingiéndose siervo de Baal, para exterminar a los adoradores del ídolo, con cuánta mayor razón, dicen en su perversidad, en tiempos de persecución, los siervos de Cristo deben fingirse siervos de Satanás para que los siervos del demonio no exterminen a los siervos de Cristo.

Y si Jehú sacrificó a Baal para matar a los hombres, mejor podrán los cristianos sacrificar a los ídolos para salvar a los hombres.


¿Qué les puede importar a los mártires, según esta genial doctrina de los mentirosos, fingir este culto material al diablo, cuando en su corazón conservan el culto íntegro a su Dios? Pero los auténticos mártires, los mártires santos, no entendieron de esa manera la doctrina del Apóstol.

Ellos vieron y sostuvieron con firmeza lo que está escrito: "Con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación",

y: "en su boca no se encontró mentira".

Y, de esta suerte, volaron inmaculados a las moradas celestiales donde no necesitarán

precaverse contra las tentaciones de la mentira, pues allí no habrá ya más mentiras ni a prójimos ni a extraños.


Y el ejemplo de Jehú buscando, mediante impías mentiras y sacrificios sacrílegos, a los hombres sacrílegos e impíos para matarlos, no lo imitarían aunque la misma Escritura hubiese callado sobre su modo de ser.

Pero, cuando se nos dice que no tuvo un corazón recto ante Dios,

¿de qué le sirvió el haber recibido la recompensa pasajera de un reino temporal, como premio a su obediencia en exterminar totalmente la casa de Acab, en la que exhibió un

enorme afán de dominio?


Por tanto, hermano Consencio, te exhorto a que defiendas la verdadera doctrina de los mártires y te invito a que no seas doctor de la mentira, sino maestro de la verdad frente a los mentirosos.

Presta atención a mis palabras, por las que te insto vivamente a descubrir con cuánto cuidado se debe huir de esa postura de que me hablas para descubrir, corregir o evitar a los herejes, pues el celo es, ciertamente, laudable, pero la doctrina es incauta e imprudente.



CAPÍTULO III

Las mentiras católicas más perniciosas que las priscilianistas


4. Hay muchas clases de mentiras, pero todas debemos aborrecerlas sin distinción.

Pues no hay ninguna mentira que no sea contraria a la verdad.

Porque como la luz y las tinieblas, la piedad y la impiedad, la bondad y la iniquidad, el pecado y la obra buena, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, así son totalmente opuestas, entre sí, la verdad y la mentira.


Por tanto, cuanto más amemos la verdad, tanto más debemos odiar la mentira.

Con todo, hay ciertas mentiras que, aunque se digan con intención de engañar, en nada dañan al que las cree, aunque sean dañinas para el que las dice. Así, si el hermano y siervo de Dios, Frontón, te hubiera engañado en las cosas que te contó (lejos de mí el pensarlo) se hubiera, ciertamente, hecho daño a sí mismo pero no a ti, aunque tu hubieras creído, sin ninguna maldad, al testigo.

Porque, hayan ocurrido las cosas como las ha contado o no, si uno cree que han sucedido así, aunque no hubieran ocurrido así, no hay nada en eso que se deba censurar como contrario a la regla de la verdad ni a la doctrina de la salvación eterna.

Pero si alguien miente, en lo que atañe a la doctrina de Cristo, de modo que quien lo crea venga a convertirse en hereje, tanto más daño se hace a sí mismo el que miente cuanto más miserable hace a aquel que le cree.


Mira, pues, cuál es nuestra responsabilidad cuando mentimos, contra la doctrina de Cristo, pues matamos el alma del que nos cree.

Y, bajo el pretexto de atraer a los enemigos de esta doctrina, nos alejamos nosotros de

ella; es más, al conquistar a los mentirosos, mintiendo, les enseñamos unas mentiras más graves.

Pues una cosa es lo que dicen cuando mienten y otra cuando están equivocados.

Porque, cuando enseñan su herejía, dicen cosas en las que están equivocados, pero cuando dicen sentir lo que no sienten o no sentir lo que sienten, dicen verdaderas mentiras. Si alguien se las cree, aunque no descubra su embuste, no perece por eso.

Nadie se aparta de la norma católica por creer católico a un hereje que profesa dolosamente los dogmas católicos, pues lo cree católico, y, por eso, no le hace daño, porque no se equivoca respecto a su fe en Dios, que debe conservar íntegra, sino en la

apreciación de la intención del prójimo, que no puede juzgar porque le está oculta.

Ahora bien, cuando enseñan su herejía, el que les cree y la juzga verdadera, se hará partícipe de su error y de su condenación.


Así sucede que cuando ellos explican dolosamente sus dogmas, en los cuales se engañan, con un mortífero error, entonces el que crea perecerá; pero nosotros, cuando predicamos los dogmas católicos en los que tenemos la fe verdadera, entonces el que crea se encontrará aunque estuviera perdido.

Por otra parte, si los priscilianistas, para ocultar su veneno, se fingen católicos y algún católico los cree, éste seguirá siendo verdadero católico aunque ellos solo lo sean en

apariencia.

Por el contrario, si nos fingimos priscilianistas, para desenmascararlos, y aplaudimos sus dogmas, como si fueran los nuestros, y alguien creyera estas cosas, se quedará con nosotros o se fugará con ellos.

En cuanto a lo que sucederá después, si serán liberados al decirles la verdad, los que ya hemos engañado, y si querrán escuchar al que ahora les enseña, pero que ya le han tachado de mentiroso,

¿quién lo sabrá con certeza?,

¿quién habrá que ignore que esto es incierto?

De lo que se deduce que es más pernicioso, o, por decirlo más suavemente, más peligroso que los católicos mientan para captar a los herejes que el que mientan los herejes para ocultarse a los católicos.


Porque el que cree a los católicos, que fingen lo que no son, o se hace hereje o se confirma en su herejía; en cambio, el que cree a los herejes, que mienten para ocultarse, no deja de ser católico.

Para que esto se vea más claro, vamos a poner algunos ejemplos sacados de los mismos escritos que tú me has enviado para que yo los leyese.


...


 

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