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La mentira desde un punto de vista filosófico y teológico (2) La mentira en la filosofía clásica: Platon

Foto del escritor: Luis de Miguel OrtegaLuis de Miguel Ortega

PLATÓN. LA MENTIRA EN EL ALMA: “ CUANDO LA MENTIRA RESIDE EN EL ALMA, LA PERSONA NO ES CONSCIENTE DE QUE AQUELLO QUE CREE QUE ES CIERTO EN REALIDAD ES ESPURIO; DE MODO QUE, SIN SABERLO, SIEMPRE PRONUNCIA FALSEDADES.” (por Joshua J. Mark, traducido por Waldo Reboredo Arroyo. Publicado el 05 abril 2023)



El concepto platónico de la mentira en el alma, o la mentira verdadera, aparece en La República, Libro II 382a-382d. Se define como «estar engañado en la parte más auténtica y elevada [de uno mismo], o acerca de los asuntos más genuinos y superiores». En otras palabras, que la persona está equivocada o no dispone de suficiente información sobre los aspectos más importantes de su vida.


En el Libro II de La República, Platón analiza la cuestión relativa a la manera en que la persona puede saber si sus creencias son ciertas.

Su examen conduce a preguntas del tipo

«¿Cómo se sabe si las convicciones más arraigadas que se sostienen son válidas, o si no son más que el resultado de la educación, la cultura, el medioambiente y la religión?


Platón intenta responder a tales interrogantes mediante el estudio de un obstáculo importante: la mentira verdadera, o la mentira en el alma; una falsedad que se acepta como cierta a nivel fundamental, que luego distorsiona la forma en que la persona interpreta la realidad, el comportamiento y las motivaciones de los demás individuos, así como la visión que tiene de sí misma y de la verdad. De manera invariable esta crítica ignora el propósito explícito del diálogo, que es definir la justicia, como también obvia el pasaje cardinal del Libro II.369, donde Sócrates sugiere que para comprender las características de la forma en que opera el principio de justicia en el individuo, debe considerarse la manera en que funciona la justicia a mayor escala:

Quizá haya más justicia en lo vasto, y sería más fácil comprenderla con claridad, de modo que si así lo desean ustedes, primero indagaremos acerca de sus características en las ciudades y después la examinaremos de la misma manera en cada una de las personas, mediante el procedimiento de analizar las similitudes entre lo presente en lo extenso y lo que se evidencia en lo reducido. (Libro II.369)


La República termina con la historia del guerrero Er, o también Ur, a la cual se hace referencia como El Mito de Ur, que Platón, de manera significativa, califica de mito pero presenta como realidad. En el relato muere un soldado, vive la vida tras la muerte, y retorna al plano mortal para contar su experiencia. Platón termina el diálogo con las palabras de Sócrates dirigidas a Glaucón:


Mi consejo es mantenerse siempre en el camino de lo más elevado y marchar siempre en busca de la justicia y la virtud, teniendo en cuenta que el alma es inmortal y capaz de resistir toda clase de bien y de mal. Así, debemos vivir en amor unos con otros y hacia los dioses, tanto mientras permanezcamos aquí, como cuando a la manera de ganadores de competiciones que hacen las rondas para recibir premios, recibamos nuestra recompensa. Y estaremos en bien, tanto en esta vida como en el milenario peregrinaje que hemos venido desarrollando. (Libro X.621)


Para reconocer la existencia de la falsedad en el alma, la persona debe ser capaz de discernir entre lo que es cierto y lo que es falso en el plano objetivo, no en el nivel simple de la opinión personal.


Para alcanzar este nivel superior, la persona necesita relacionarse con un filósofo y dedicarse a la búsqueda de la sabiduría que conduce al discernimiento. Durante el desarrollo de esta experiencia, el individuo llegará a comprender cuál es su mentira, y una vez que la identifica, será capaz de desecharla y avanzar en la conducción de una vida de honestidad, claridad y verdad.


El siguiente pasaje de La República, Libro II, 382a-382d, define el concepto (traducido de la versión en inglés de B. Jowett):


Sócrates: ¿Es que no sabes, pregunté, que la falsedad verdadera, si tal expresión puede permitirse, la detestan los hombres y los dioses?


Adeimanto: ¿Qué quieres decir?


S: Quiero decir que nadie se deja engañar por voluntad propia en aquello que constituye la parte más noble y elevada de sí mismo, o en cuanto a las cuestiones más genuinas y excelsas; eso es, sobre todo, lo que más teme: que una mentira se haya posesionado de él.


A: Aun no te comprendo.


S: La razón es, respondí, que le atribuyes un significado profundo a mis palabras.

Pero lo único que digo es que sufrir una decepción, o estar engañado o desinformado acerca de las más importantes realidades en lo más noble de la persona, que es el alma, y que en ella exista y se mantenga la mentira, es lo que la humanidad menos quiere.

Eso, digo, es lo que más aborrece.


A: No hay nada que sea más detestable para el hombre.


S: Y, tal como acabo de observar, esta ignorancia residente en el alma de quien está engañado podría denominarse la mentira verdadera; puesto que la mentira contenida en las palabras no es más que una especie de imitación y sombría imagen de una afección previa del alma, no una falsedad pura y sin adulteración.

¿No estoy en lo cierto?


A: Muy cierto.


S: ¿No odian los dioses la mentira verdadera, y también los hombres?


A: Sí.


S: Mientras la mentira portada por la palabra es en ciertos casos útil y no repudiable: al tratar con el enemigo, por ejemplo, o incluso, cuando aquellos a quienes denominamos amigos, en un arrebato de locura o de ilusión van a realizar algún daño, entonces esa falsedad es de provecho y constituye una especie de remedio o preventivo.

También lo es en los relatos mitológicos, de los cuales recién hablábamos, pues debido a que no conocemos la realidad respecto a los hechos de la antigüedad,

hacemos que la mentira se parezca tanto como podamos a la verdad y la convertimos en historia.


A: Muy cierto.

 
 
 

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